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Aportaciones militares a la sociedad civilFRANCISCO SABATINI, TENIENTE GENERAL DE INGENIEROS
La Ilustración europea del siglo XVIII, llamado “de las luces”, fue un movimiento intelectual que se valió de un utillaje ideológico basado en la razón, el progreso, la naturaleza y la búsqueda de la felicidad con el propósito de reformar y modernizar la sociedad y la cultura.
Durante este periodo, los hombres más interesados por ese proyecto en España se instalaron en la Corte. Fue así como Madrid se convirtió en el crisol de la Ilustración española, en el punto de encuentro entre los círculos locales y el reformismo oficial. Algunas instituciones sirvieron de puente para lograrlo, como la Sociedad Matritense de Amigos del País, impulsada por Campomanes y animada por Jovellanos.
Este movimiento y periodo están muy ligados a la figura del Rey Carlos III, que ya había reinado largos años en Nápoles cuando accedió al trono de España. Su experiencia le convertía en el soberano español más preparado para hacerse cargo de tan alta responsabilidad. Se decía de él que era un hombre con “sentido común”, cualidad suficiente para destacar entre varios de los monarcas que le precedieron y otros que le sucedieron. Sin duda fue un rey consciente de su deber que, ya en Nápoles, se había rodeado de personas activas e ilustradas. Su reformismo se basaba, esencialmente, en reformar lo necesario para conservar todo lo que fuera posible y de utilidad.
En 1759 Carlos III llegó a Madrid acompañado, entre otros ministros y personajes relevantes de su corte napolitana, por Francisco Sabatini (1722-1795), a quien el rey encomendó dirigir la urbanización de la capital y la construcción de diversas obras. Sabatini había nacido en Palermo, donde se formó en Humanidades, Matemáticas y Filosofía, para seguir haciéndolo en Roma como arquitecto. Pero también era militar. Desde su ingreso en 1760 como Ingeniero Ordinario en el Real Cuerpo de Ingenieros, hasta que alcanzó el grado de Teniente General, siempre estuvo presente en su obra su formación militar, que se traslucía en su gran conocimiento de materias como las matemáticas y la física.
La villa de Madrid, pese a que Felipe II la había convertido en corte en 1561, permanecía reducida a lo que hoy se conoce como “casco antiguo” o el “Madrid de los Austrias”, desde la Puerta de Toledo a la Puerta del Sol, con calles estrechas, oscuras e insalubres y numerosos pasadizos. Cuando Carlos III entró en ella por una antigua y pequeña Puerta de Alcalá tenía unos 150.000 habitantes y no disfrutaba de los adelantos de otras ciudades europeas en cuanto a salubridad e higiene, alumbrado, adoquinado de calles, monumentos conmemorativos y solo algunos grandes edificios, como el Palacio Real. En 1734 un incendio había destruido el antiguo Alcázar de los Austrias, por lo que Felipe V ordenó construir en aquel solar, al oeste de Madrid y al lado de la muralla árabe, el monumental Palacio Real.
La transformación de la ciudad ordenada por Carlos III y encomendada a Sabatini no solo se centró en la construcción de edificios monumentales y conmemorativos; también en el trazado de avenidas arboladas, acometida de aguas y, en general, en el “alcantarillado, empedrado y limpieza de la Corte”, según las Instrucciones redactadas por el ingeniero. Reformas que le valieron a Carlos III el título de “mejor alcalde de Madrid”.
El estilo impreso por Sabatini a sus edificaciones fue evolucionando desde el barroco al neoclasicismo, aplicándolo a multitud de reformas en la capital y otras ciudades, como la Plaza de la Armería, la Plaza de Oriente, los terraplenes del Campo del Moro, la Puerta de San Vicente, la Puerta del Jardín Botánico o una nueva Puerta de Alcalá.
Esta obra resume bien ese carácter sobrio, militar, matemático, que caracterizó su estilo, aquí ya plenamente neoclásico. Sustituyó a la construida en 1599 con motivo de la llegada a Madrid de Margarita de Austria, esposa del rey Felipe III, en la entrada del Camino Real de Aragón y Cataluña. Sabatini la concibió como un gran arco triunfal que no sólo ejerció la función, real, de puerta de la ciudad hasta 1869, sino también como monumento conmemorativo del reinado de Carlos III.
Para su construcción se presentaron al rey varios proyectos, como los de Ventura Rodríguez y José de Hermosilla, entre los que se eligió el de Sabatini. Realizada entre 1769 y 1778 en granito segoviano y piedra caliza de Colmenar de Oreja para los elementos decorativos, tiene la forma de un gran arco de triunfo con cinco vanos. Los tres arcos centrales son de medio punto, siendo el central mayor, para carruajes; los de los extremos, adintelados, estaban destinados al paso de los peatones. Aparentemente simétrica, la fachada oriental, por ser la que daba al exterior de la villa, se trató con mayor riqueza decorativa. Los relieves y esculturas fueron encargados a Robert Michel y Francisco Gutierrez, que adornaron sus fachadas, respectivamente, con guirnaldas de frutas o cornucopias; mascarones grotescos o cabezas de león en las claves de los arcos; figuras de las cuatro virtudes cardinales o trofeos militares. En cambio, la inscripción en letras de bronce: REGE CAROLO III / ANNO / MDCCLXXVIII, situada en una gran cartela rectangular, se repite en ambos lados. La fachada exterior es coronada por un gran escudo real sostenido por la Fama y un angelote. En la interior, sin embargo, de nuevo un motivo de carácter militar, un trofeo, ocupa la cúspide del frontón.
El ingeniero Sabatini dirigió igualmente la construcción de otras obras que darían mayor empaque y señorío a la ciudad. Entre ellas, la Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro, la Iglesia de San Francisco el Grande o el Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá. Además, el arquitecto dejaría su huella en otras ciudades de España, como Aranjuez o Valladolid.
De este modo Madrid fue convirtiéndose en una ciudad más moderna y dotada de servicios. Todo ello, en gran medida, gracias al impulso de un militar ilustrado al servicio de un gran rey.